El encuentro que lo cambió todo en la vida de este joven fue ni más ni menos que en el lugar donde Jesús se manifestó como el Sagrado Corazón a Margarita María Alacoque, en Paray le Monial (Francia).

Su padre, según recuerda Arthur, «no era muy religioso», pero la madre se encargaba de llevarlos a él y su hermano a misa. «Íbamos con regularidad». Las otras salidas de casa eran gracias a su participación en los scouts.

 

Pero ya desde aquellos años de infancia Arthur recuerda que de forma natural sentía como algo ajeno todo lo relacionado con la fe. «En otras palabras, no creía realmente en Dios«, señala.

 

Creció así, como tantos otros jóvenes de la Francia laica, sin interés alguno por los valores cristianos ni qué decir de una moral católica. Su motivación era ir de conquista en conquista, soñando con encontrar una chica que fuese su media naranja e imaginando un futuro de éxito y disfrute personal. Hoy, con una conciencia crítica, se mira en aquellos años como un mozalbete quien «sencillamente, buscaba la mitad de mí mismo para contrarrestar mi falta de confianza. Y, sobre todo, en relación con tus compañeros: quieres salir con una chica para sentirte mejor y para sentirte valorado a los ojos de los demás».

 

Su carácter siempre dispuesto a salir de paseo y conocer nuevos lugares, sería el anzuelo de Dios para un inesperado suceso que comenzó a desgranarse cuando Arthur aceptó participar de «un encuentro de jóvenes cristianos en Paray-Le-Monial». Sí, el lugar donde Jesús se manifestó como el Sagrado Corazón a Sor Margarita María Alacoque.

 

Así narra el propio joven -en el video que puedes visionar al final-, lo que desde entonces comenzó: «Yo tenía 22 años… en Paray-Le-Monial tuvimos una conferencia sobre cosas que al principio me parecieron un poco extrañas, porque nunca había oído hablar de eso: la castidad, de amar a los demás por lo que son y entregarse a ellos… Ahí entendí que había hecho algunas cosas malas a las chicas; antes no lo había visto así».

 

Algo tocado en sus emociones por esta apertura de conciencia moral, que le estaba provocando lo que les enseñaban en la Conferencia, Arthur de pronto se vio formando fila para ir a confesarse; y tras recibir la absolución, recibiría una gracia particular, extraordinaria.

 

«Después de haber confesado las diferentes cosas que había hecho con diferentes chicas, Dios vino a mí. Estaba en la iglesia, solo (contemplando el Sagrado Corazón), y sentí una alegría muy, muy fuerte, que no podía contener; y así, de repente, lloré, grandes lágrimas, lágrimas de alegría. Así que sí, realmente sentí la presencia de Dios».

 

Tras este bendito regalo de Dios y de regreso en casa Arthur solo deseaba «conocer más a ese Dios, conocer un poco más mi fe y desarrollar un poco mi fe», confidencia. Decidió entonces unirse a un grupo de oración donde cantan y alaban a Dios, presencia real en el Santísimo Sacramento. Como regalo extra aquí comenzó a tener experiencia de fraternidad y un vínculo con los demás que daba alegría a su alma. Pero ante todo la pasión de Arthur es Dios…

 

«Antes no podía rezarle a Dios porque no le conocía y me parecía muy distante. Ahora me parece mucho más cercano: es casi una relación de amistadhablo con Él todos los días y, sobre todo, le agradezco todo lo que hace por mí; ahora veo que cada día hace cosas hermosas por mí en mi vida. Siento su presencia, me da pequeñas señales, cada día, para guiarme en mis distintas decisiones: ya sean pequeñas o grandes. Sí, Dios me guía y avanzo con Él por este camino».

 

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